
A través del blog del bueno de Nikos (que desde que se ha rapado está todavía más bueno) me he tropezado con gaysinley (buen nombre), un chaval madrileño al que no conozco de nada pero que parece muy majo y que, por estas cosas de internet, hasta ha acabado comentando en mi anterior entrada de este blog, en correspondencia a... pero me voy por las ramas.
Su blog hipercolorista y fantastupendo, lleno de fotos de hombres tan musculados como él mismo, me resulta tan atrayente como un número cualquiera de Zero o Shangay. Detrás de esas publicaciones hay toda una maquinaria publicitaria de cuerpos estupendos y atrayentes, una ficción de moda y decoración inasequibles (¿y sexo inasequible también?), destinadas por supuesto a un mercado gay pero, como todos los mercados y todas las publicidades, ajeno a la vida cotidiana de los consumidores, porque ni los usuarios de desodorante paseamos a diario por playas tropicales, ni los conductores de turismos cruzamos solitarias carreteras dignas de peli épica, ni quienes hacemos la colada... pero me voy por las ramas.
A mí también me encanta todo esto. Yo también me deleito la vista con Oh La La Paris y los anuncios de Dolce y Gabbana, pero admitámoslo, en mis doce años de relaciones (homo)sexuales jamás me he acostado con un tipo así. Esos hombres no existen, o al menos, no existen en mi mundo. Y me parece muy bien, de eso viven los modelos al fin y al cabo. Pero precisamente por eso me ha chocado tanto encontrarme con un blog personal (el de gaysinley, que de ahí viene todo este rollo) que sigue la misma pauta. ¿Influencia mediática sobre el individuo? ¿Individuo ejerciendo de "medio" y currándose la edición de contenidos? ¿O realmente hay tíos que viven a diario la fantasía arcoiris del Babylon de "Queer As Folk"?
A menudo parece que heteros y gays vivamos en mundos distintos, pero tan distante me siento del concepto matrimonial de la generación de nuestros padres como del anuncio de Infinita'07... aunque me apetezca mucho más revolcarme con un concepto que con el otro, claro está. La cuestión es que ninguno de los dos mundos me pertenecen. Frente al universo gay del músculo y la camiseta ceñida, del gimnasio y los cuerpos esculturales, de la moda y el diseño, de los lofts y los cuartos oscuros, hay otro mundo gay de ... ¿de qué? ¿Necesito encasillarme? ¿O estoy encasillando yo a quien no se lo merece (que será lo más probable)? Pues un mundo de cine y palomitas, de tardes con los amigos, de aficiones menos vistosas que el gym y los deportes (como el teatro o los videojuegos), un mundo de sexo con chicos de los que no salen en las portadas de las revistas (y que, a veces, también son muy guapos)... pero me estoy yendo por las ramas.